Desde hace treinta años Cristian Valencia ha recorrido el país buscando historias. Su oficio no es el de periodista, sino el de escritor que guarda a buen recaudo los detalles de una realidad convulsa y extraordinaria a partes iguales. Estas historias sobre la realidad son, en verdad, una muestra de la diversidad de personajes y de geografías que componen este territorio llamado Colombia. Como dice su autor:
“Por cuenta de la crónica he estado a punto de hablarle al oído a una rana venenosa y he volado en el desierto junto con dos canastas de cerveza desde la capota de una camioneta que decidió frenar en seco en la Guajira. He visto marranos volando también, y muertos volando, y perros adictos a la adrenalina que por su cuenta se engarzan en las piernas de un volatinero en una incierta tarabita guindada a doscientos metros de la tierra. He visitado el improbable hotel “Elegan Pipol” en algún lugar del Chocó, y posadas señoriales en sitios insospechados y lejanos. He visto que un rezandero saca gusanos del ganado con una oración inefable. Y me han contado que, a veces, cuando el chaparrón es duro, en los Llanos Orientales llueve pescado. He perseguido una luz lejana en el mar de noche para descubrir que tan sólo se trataba de una abuela pescando con su nieto de diez años: ella sentada en una mecedora fumaba tabaco y contaba cuentos; el niño, asombrado con tanta noche, tanto mar y tanta abuela, fingía mientras tanto estar atento a la carnada. Y todo aquello bien ha valido la pena. Porque he conocido gente de este país que pocas veces es visible. Gente que tiene un pedazo de mi historia, y que me ayuda a llevar esta humanidad de una mejor manera”.
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