“No es el corazón el que va a matarme, sino la crueldad de este mundo”, dice el centenario profesor a Gaspar, un pequeño que ha asistido, en la primera página de la novela al asesinato de sus padres, en Tosnován, un paraje perdido en alguna serranía cercana de Barranco de Loba, donde el gallo Jack Johnson, el burro Bill Clinton, la dulce Shokananda y el pequeño Gaspar vivirán una historia que, como los grandes encuentros, les cambia la vida para siempre.
Algunas vez, por allá en 1959, Gabriel García Márquez dijo que la novela colombiana estaba en crisis pues se había dedicado a contar muertos y no qué le había pasado a los vivos tras el arrasamiento. Esta fábula de Jaime Manrique Ardila se ocupa, precisamente, de desvelar ese aserto setenta años y miles de muertos después. Y si hablamos de García Márquez es porque esta novela es un homenaje a El coronel no tiene quien le escriba.
Se trata de una conmovedora historia que junta a un gallo de pelea, a un anciano y a un niño cuando toda la violencia sobre un pequeño poblado ha ocurrido. Porque tanto el niño y el anciano –familiares lejanos– descubren su amistad a través de la lectura del cataqueño más famoso de todos los tiempos. El anciano y el niño están unidos por la desgracia pero en medio de ella encuentran la esperanza. Si me ves por el camino nos habla con belleza de la amistad con los animales.
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